"SIETE ARTES"

"SIETE ARTES"

martes, 27 de febrero de 2018

EL MURO DEL ESCRITOR - "EL OJO" por RICHARD DRAGG (primera entrega)






EL MURO DEL ESCRITOR
"EL OJO"

por RICHARD DRAGG 
(primera entrega)



E. Ricardo Cotóm: Seudónimo / Richard Dragg
Guatemala
EL OJO
Relato corto / terror sobrenatural.
Paginas 23



Su respiración se tornaba dificultosa, su pecho se expandía y se contraía en violentos arrebatos
           – ¡esto no es posible!
– dijo casi sin aliento a su propio reflejo dentro del espejo horizontal que se encontraba colocado en la pared desde que era una actriz profesional. No era una actriz muy famosa, pero era bastante conocida en el mundo de las series para televisión. Se observó dentro del espejo mientras todo ocurría. Sus facciones descompuestas, la boca abierta y los ojos como platos reflejaban el estado de desesperación que intentaba controlar. Aquello le había ocurrido en un par de ocasiones cuando era niña, había desaparecido en su adolescencia sin motivo aparente pero, ahora todo apuntaba que venía arrastrando algo terrible.
En la parte izquierda del diafragma, aquella que se extiende más al centro, su corazón sufría algunas contracciones debido al acto vehemente que constituía el intentar respirar con normalidad.
           – ¡Maldita sea!
– susurro esta vez al tiempo que se frotaba el lugar donde el corazón se encontraba suspendido en el inicio de una probable explosión si en determinado caso no se detenía. Miro su rostro fruncido en señal de dolor. Su frente estaba perlada por finas gotas de sudor que amenazaban con desprenderse en cualquier momento. Observo sus ojos verdes tornarse pálidos al punto de creer que en cualquier momento se podrían apagar. De pronto algo se movió entre sus pupilas o eso creyó ver en una fracción de segundo.
           – ¡Tienes que serenarte!
– le comento mentalmente al reflejo que entornaba los ojos en acto de imitación suya. Pero en efecto algo oscuro se asomó en el iris de su ojo derecho desapareciendo en un fugaz parpadeo. Primero la dificultad para respirar, luego la dolorosa sensación de que su corazón se convertía en una bolsa de papel que se contraía y por ultimo aquello oscuro que se dibujaba en su ojo, era seguro que se había vuelto loca. Fue entonces cuando una punzada de dolor exploto en su ojo derecho, parte de la cabeza reverbero el dolor, se cubrió con la mano deprisa. Estaba aterrada.
La silla en la que se encontraba sentada desde que había previsto el inicio de aquel malestar había ido a para al suelo, el respaldo azul estaba hecho pedazos, las patas abiertas formando direcciones opuestas bailaban mientras presionaba con la mano izquierda el lado derecho de su rostro y con la mano derecha se frotaba el corazón violentamente.
A su costado se encontraba el cubo de basura nuevo de metal que le había regalado Tom el portero nuevo del edificio del apartamento. Era gracioso verlo caminar con sus ropas de trabajo, vestido con un oberol muy gastado, tenían algunas manchas de pintura que de cierto modo le parecían muy graciosas o al menos cuando no luchaba por respirar. Caminaba de una forma encorvada, esta le daba el aspecto de ser un anciano llevando cosas y arreglando muchas otras. Una tarde mientras él la contemplaba con sus pequeños ojos cafés le había preguntado su edad, no porque le interesara deberás sino más bien porque esa mirada suya de hombre le ponía incomoda. El respondió que en invierno cumpliría cuarenta y cinco, bajo la vista al recipiente de cera para piso y no volvió a hablar hasta que ella se despidió. Seguro se había ofendido pensó Margaret sintiéndose un poco culpable por la pregunta.
Aquel sujeto le recordaba a su padre en muchos sentidos. El primero era que su padre tenía el mismo aspecto cuando ella era una simple niña de pueblo. Su padre trabajaba en el salón de la alcaldía y su trabajo no era distinto al de Tom. Recordaba que poseían casi la misma edad, aunque su padre había cumplido cuarenta y ocho la última vez que le había visto con vida.
Mientras se encontraba trabajando en una obra instalando vigas en lo alto del nuevo salón municipal, el arnés con el cual estaba sujeto pendiendo en lo alto del edificio en construcción cedió sin previo aviso, sus compañeros no pudieron auxiliarle antes ni después de la caída mortal que obtuvo gracias a la infortunada situación. Perdió la vida dejando en serios problemas a su esposa, a sus cuatro hijos varones y a la pequeña Margaret de tan solo ocho años. Su madre tuvo que trabajar demasiado para sacarlos a delante lo cual resultó ser un fastidio para ella. El hijo mayor y hermano de Margaret llamado Paul se vio implicado en sucios negocios con las drogas. Se convirtió en un sujeto turbio y demasiado peligroso, incluso para la propia familia.
Murió en un sitio a todas luces de mala muerte por sujetos desconocidos mientras entregaba un cargamento de droga sintética a la orilla del lago Molay ⃰ en el lado sur de la ciudad. Según la teoría de la policía su hermano y los otros cuatro asesinados, habían cambiado la droga por una sustancia diferente. Los compradores lo advirtieron y desenfundaron sus armas lapidándolos con suma crueldad.
Años más tarde su tercer hermano Esteban murió en un accidente de tránsito a causa de un camión contenedor de gasolina que se descarrilo en plena carretera matando no solo a su hermano sino que también a una mujer y su hija. Según se enteró después eran esposa e hija de un ex–investigador de la policía estatal. Su segundo hermano Carlos, había sido asesinado una noche de invierno, la policía no encontró indicios demostraran el asesinato, no le fue robado ningún objeto de valor.
Luego de aquello, después de mucho tiempo al cumplir sus quince años aquel malestar respiratorio que sufría desde aquella incursión con sus hermanos en las tierras prohibidas desapareció sin razón. Un día simplemente despertó y aquello no volvió.
           – hasta el día de hoy.
– pensó teniendo toda la certeza de que era algo de sumo cuidado. – ¡¿que… que sucede?!
– entonces recordó que cuando era niña había experimentado el primer “ataque” como solía llamarlo su  hermano Carlos. Los cinco incluida ella por supuesto se encontraban en las afueras del pueblo donde vivían. Su madre trabajaba en un bar como mesera mientras ellos se aventuraban en las tierras baldías que se extendían por varios kilómetros hasta dar con la carretera interestatal. En aquel lugar se encontraban cuando… su mente no le permitía recordarlo. Desde aquel día la dificultad para respirar la sumergía en pánico. Nunca, ninguno de los cinco dijo una palabra a su madre ya que sabían lo que solía decir respecto al dinero y a las visitas a esos lugares. La mayor parte del tiempo se la pasaba maldiciendo a su marido fallecido cuando veía las cuentas por pagar. Cosa que casi desapareció al recibir una pequeña compensación del gobierno. La ayuda llego luego de dos años, lo que tardo el papeleo de la ayuda que solicitaron. Pero el dinero se esfumo como por arte de magia.
Cuando Margaret cumplió los dieciocho años todo lo que deseaba era salir de su casa y largarse a la ciudad. Sabía muy bien que a su madre eso le importaba un comino. Su madre se convirtió en una mujer distante y grosera que todo lo que solía decirles a sus hijos era lo mal que estaban desde la muerte del infeliz esposo suyo y padre mediocre que no fue nunca gran cosa. Repetía siempre que podía, acompañada de una copa de licor, que su madre (la abuela de Margaret, la que por cierto nunca hizo nada por llevarse bien con sus nietos) no deseaba que se casase con aquel sujeto bueno para nada.
          – yo era joven y tonta, no lo sabía. ¿Creen que si lo hubiera sabido, me hubiera casado con él?
– luego de aquello la depresión hizo mella en su mente, tanto que una tarde de septiembre mientras la lluvia caía descomunalmente se arrojó frente a un vehiculó en la entrada al pueblo. Simplemente desapareció. Margaret que para entonces ya se consideraba una mujer hecha y derecha, abandono su patético hogar subiéndose a un autobús con aquel insignificante equipaje y los ahorros que guardaba escondidos en una lata en la parte trasera de la vivienda para que su madre no los descubriera, había ahorrado una cantidad considerable trabajando como mesera en algunos restaurantes y un tanto más en los trabajos escolares que hacía para los chicos que lo necesitaran, no era algo correcto pero lo necesitaba así que le importaba un carajo si estaba bien o mal. La diferencia de hacer lo correcto y sobrevivir pertenecía a un bando distinto pero eso carecía de total importancia tratándose de su instinto de conservación.
 Al terminar la secundaria se había marchado siendo mayor de edad, la universidad para ella era un anhelo, algo inalcanzable por el momento. Pasado un tiempo Margaret se casó con un sujeto importante y conocido en la ciudad. El matrimonio no duro más que unos meses y para buena fortuna no hubieron hijos de por medio. De hecho a Margaret no le agradaba la idea de ser madre (en realidad era más bien temor a fracasar como tal) por lo que su marido decidió buscarse una mujer que si los quisiera. Esto no significo nada para ella. Nunca recibió amor en su hogar por parte de su madre, de su padre no recordaba mucho y sus hermanos siempre fueron como pequeñas chispas que se apagaban con el tiempo, así que el amor nunca fue algo que recibió ni tampoco algo que aprendió a dar. Su esposo era un importante hombre de negocios en una firma corporativa, era muy influyente además de atractivo. Así que su matrimonio podía definirlo como algo simplemente pasional. Una noche mientras Margaret trabajaba en un bar nocturno como camarera, John le había echado el ojo (aunque de hecho hizo más que eso) el trato tan comprensivo y peculiar que empleo con ella le causo un poco de confusión, creyó que el sujeto era en verdad sincero y acepto acompañarlo luego de terminar su turno, era una experiencia única, jamás vivida algo que le hacía creer lo emocionante que podía ser su vida.
Bebieron hasta que la vista se les nublo y al despertar ambos yacían desnudos sobre sabanas finas y blancas, el haz de luz penetraba por la ventana impactando sobre el rostro del sujeto y por primera vez en su vida tuvo asco de un hombre. El aspecto que presentaba era el de un vampiro asesino de mujeres. Pero fue lo bastante estúpida como para dejarse llevar por la situación, se dijo algunos meses después mientras firmaba los papeles del divorcio.
El abogado que llevo a cabo su divorcio era un amigo íntimo de John, aunque siempre fue amable con ella o lo fue en el poco tiempo que convivieron. Este, ya que al separarse de John su ex–marido y no recibir ni un solo centavo (gracias a la magia de los contratos prenupciales) la recomendó con un par de sujetos que en poco tiempo descubrieron sus dotes como actriz. Pasaron una buena cantidad de años hasta que fue vagamente reconocida en series de televisión, he incluso la última noticia que había recibido de su agente había sido que se encontraba en negociaciones para realizar un papel protagónico en una película de alto presupuesto. Aquello era lo mejor que le había ocurrido en  su vida. Tanto maldito esfuerzo era recompensado al final.
Pero mientras disfrutaba de su próximo éxito aquel “ataque” había vuelto como un recordatorio de su madre eso sin mencionar el infernal dolor en su ojo derecho. Así que cuando sucedió, su mente no podía tranquilizarse. Con forme los minutos pasaban el dolor remitía un poco, camino a tientas en busca del teléfono celular. Retiro por un instante la mano de su ojo, estaba empapada de una manera exagerada. El parpado superior aun dolía pero era soportable. Cuando abrió el ojo estaba aún nublado por la fina capa lacrimosa, parpadeo unas cuantas veces, lo que pudo distinguir fue una par de figuras oscuras que parecían danzar en una reverencia extraña que le pusieron los pelos de punta. En su cabeza algo comenzó a sonar, algo semejante a una alarma contra incendios. Sacudió la cabeza deshaciéndose de aquella visión, se detuvo y comprobó que nada sucedía en realidad.
Se acercó al final del mueble de madera sobre el cual uno de sus bolsos la esperaba con la boca abierta a su disposición. Saco por fin su teléfono móvil, deslizo la pantalla con el dedo mostrando las aplicaciones dentro. Busco el icono que mostraba el lugar destinado a las llamadas y mientras veía el fondo de pantalla de un edificio en New York estuvo a punto de soltarlo debido al temblor que emanaba de sus articulaciones. Decidió llamar al número de emergencia pero… el “ataque” remitió de forma casi milagrosa. Ahora sus fosas nasales se expandían dejando ingresar libremente el aire hasta los pulmones.
 La sensación fue muy dolorosa pero al mismo instante sublime. Se dejó caer sobre el pequeño sofá del lugar, miro al techo y suspiro, al hacerlo sintió la debilidad que su cuerpo sufría. Se limpió el rostro con una toalla e intento respirar con calma pese a que la adrenalina aun palpitaba en todo su cuerpo, daba gracias de no sentir más que una molestia en el ojo, eso había sido como una bendición. Tenía la garganta un poco seca por lo que bebió un sorbo de agua de la botella que tenía sobre la mesa cuyo reflejo en el espejo horizontal parecía ser parte de otro universo, uno paralelo. Eso le provoco un escalofrió y entonces a su mente acudió aquella cosa en el iris de su ojo ya las figuras danzando de esa manera tan escalofriantes, lo que le llevo a la conclusión de que eso no había sido más que una alucinación provocada por la alteración cerebral del momento, quizás la falta de oxígeno en su cerebro le había jugado una mala pasada y eso era todo…
– Toc, toc… – “la puerta”. Se tomó unos cuantos segundos para calmarse del todo y responder. No pudo, sus manos le temblaban y tenía el rostro aun descompuesto y para mayor desgracia estaba pálida.


– ¡Adelante! – Exclamo. – En un tono un poco dramático el cual se le antojaba falso – ¡hola! – grito enérgicamente una pelirroja vestida con un vestido corto de una sola pieza que no cubría mucho de sus atributos.
– ¡Bárbara, que haces por aquí! – su mente frunció al sospechar que no se traía nada bueno vestida de esa forma.            
– es viernes y te llevare a un lugar divino. Hace tiempo que no salimos tú, yo y algún galán nocturno.
          – No me siento de ánimo para eso, lo siento.  
– ¡ajá! Claro. ¿Hace cuánto que no sales con un chico?  – bueno… es que ya sabes, no estoy lista. – llevas diciendo eso desde que te divorciaste y de eso ya han pasado miles de años. Además si no quieres salir con nadie ¿Por qué la puerta de tu apartamento estaba abierta? ¿Esperas a alguien que no tenga que tocar la puerta para entrar? – ¡Eres una tonta! – respondió en un tono un poco malhumorado y su rostro sonrojado. La noche estaba un poco fresca pero según el noticiero la temperatura descendería hasta los seis grados.
– vamos, anímate. El próximo lunes me marcho de la ciudad y esta será nuestra última noche. Además si te conviertes en actriz de cine seguro te olvidaras de mí.
          – Sería imposible olvidarte
– eso dices ahora pero cuando te rodees de gente importante yo solo seré una chica que alguna vez conociste      
  – ja, ja no eres una chica, tienes casi treinta y cinco. – Pero por dentro soy como una delicada flor en su juventud.
– tu ¿delicada? – no te burles, me haces sentir como una actriz porno                – bueno… yo no he dicho nada de eso.  
           – pero lo pensaste, ¡oh me equivoco!
– Y, te equivocas mucho.
           – claro, vamos sal conmigo.
– de acuerdo, promete que solas tu y yo. – ¡oye! ¿Has dormido bien últimamente? 
– Si – bien, pero no lo parece. ¿Te sucede algo en el ojo?
           – solo tengo algo de irritación, no es nada.
– ¿segura? – Sí, lo estoy.
– ¡mira! – dijo maravillada, mientras buscaba un buen atuendo para la salida nocturna que tendrían como despedida. Margaret aun veía su reflejo en el espejo como si Bárbara nunca hubiese estado a su lado preguntándole todas esas cosas, tenía la mirada puesta en su rostro dentro del espejo pero aquella mirada estaba dirigida al vacío existencial del infinito. Coloco un vestido rojo muy provocativo, pero Margaret lo rechazo. Aquella noche saldría con su mejor amiga pero para nada se sentía atractiva, era como si algo hubiese despertado junto a los “ataques” de antaño, algo invisible que aterradoramente había surcado el iris de sus ojos verdes y por consecuencia le perforo la quietud de tantos años.
Se colocó unos jeans azules nuevos que tenía sin estrenar, una blusa purpura ajustada que resaltaba su figura, botas altas de piel café y una chaqueta de cuero blanca. Se dirigió al espejo de nuevo sintiéndose distinta de algún modo macabro. Se planteó un par de veces en contarle a Bárbara sobre lo ocurrido antes de que llegara pero decidió no hacerlo. Aquella era la última noche que pasarían juntas y no quería estropear la despedida después de haber aceptado. Se puso de pie aun con la vista en su reflejo, luego desvió la mirada a la derecha justo donde se encontraba el armario. Un murmullo emanaba de ese lugar.
Lo miro por un instante y luego abrió la puerta de súbito. Bárbara se quedó sin poder expresarse durante un largo e incómodo silencio. Aquello era nuevo para ella en la actitud de Margaret, era como si fuese otra persona. Margaret se pasó la mano sobre el pecho aun temiendo que el corazón se le desgarrase por dentro – creí escu… – Luego miro a su amiga que le contemplaba como si fuese un animal peligroso.
La luz que arrojaba la lámpara instalada del fluorescente sobre el enorme espejo marcaba sombras en el piso y la alfombra de la habitación. Se estremeció al pensar que su carrera podría verse truncada por aquel abominable episodio respiratorio y el ojo con aquellas figuras oscuras. Apretó los puños de las manos y los labios al mismo tiempo y tomo la decisión de visitar a su médico al día siguiente. Le dedico una sonrisa fingida a Bárbara como diciéndole que todo estaba bien. Luego se encamino  al interior donde se veía una mesa de madera fina, arriba y sobre ella se encontraba otro de sus bolsos, en el sus pertenecías. Coloco dentro el móvil y confirmo que llevaba efectivo. Le sorprendió ver que junto al bolso se hallaba una fotografía suya era la fotografía que le había llegado el mismo día y que saldría en una revista. Su rostro era hermoso como muchas personas decían. Pero su mirada reflejaba soledad. Alguna vez escucho que el éxito no lo es todo en la vida. Dejo la fotografía en su lugar y salió con su mejor amiga del apartamento.
Mientras bajaban por el ascensor se preguntaba de qué iba aquel recuerdo en aquellas tierras con sus hermanos. Se mostró algo tensa al intentar recordarlo así que supuso que no era nada bueno ya que su mente lo había bloqueado y si su mente lo había hecho era por una muy buena razón. – entonces ¿Qué dices? – Tardo más de un parpadeo para comprender que su amiga le hablaba en el trayecto – perdona, podrías repetirlo. Estaba algo distraída y no he escuchado lo que decías. – Mmm, está bien. Decía que sería mejor tomar mi auto así iremos juntas. – Eso es estupendo –  ¿Qué te sucede?  – nada, es solo que estoy cansada. – si quieres podemos volver a tu apartamento, no hay necesidad de salir si estas indispuesta. Podemos alquilar una película y pasarla igual de bien – ¡maldición!, eso era lo que me temía. – pensó a regañadientes – de ninguna manera, iremos al… – hizo un gesto con la mano esperando que Bárbara repitiese el nombre del bar al que irían – La Dama Roja – respondió ella un poco lúgubre. – si exacto, a ese lugar. – pero aquello no resultaba nada apropiado si lo veía de una forma calculada. 
El resplandor nocturno de la noche se extendía a lo largo de la ciudad, las luces artificiales parecían como pequeñas estrellas en la oscuridad. Cruzo los brazos como si ese pensamiento le provocara frio y se ajustó la chaqueta sin notarlo. Seguían bajando con lentitud, sus piernas palpitaban por la ansiedad del momento. Suponía que si bien su amiga se divertiría el caso suyo sería distinto, eso le hizo comprender lo que algunas chicas llamaban “la amiga de la amiga”. 
Observo sus pies que trataban de acomodar su peso sin llegar a lograrlo.
Tenía la vaga sensación de haber caminado miles de kilómetros descalza bajo el terrible sol de mediodía. Levanto la vista posando su visión de nuevo en las luces multicolores de la indomable ciudad y se sorprendió al ver que su reflejo en el elevador poseía caracteres monstruosos como si aquello revelase su verdadero ser. Su sobresalto no pasó desapercibido. – ¿Estás bien? – volvió a preguntar Bárbara mucho más preocupada esta vez. Su voz sonaba como la de un niño que sabe que recibirá una respuesta indiferente. Su piel blanca había perdido parte de su esencia y mostraba dotes albinos que no llegaban a favorecerle en ningún aspecto. – lo estoy. Es solo que se me cerró la garganta por un momento. – ¿estás segura?, oye enserio podemos dejarlo para otra ocasión por mí no hay problema. – ¡no!, iremos no te preocupes. – la sonrisa que mostro ante su amiga era una de las muchas que la teleaudiencia disfrutaba en su actuación. Aquello convenció a su amiga lo suficiente como para evitar el tener que dar explicaciones que no deseaba dar. Se pasó el cabello negro y largo tras la nuca y comenzó a charlar con su amiga como si nada hubiese ocurrido. Por fin llegaron a la planta baja, y descendieron.
Esa noche era Freddy el que se encontraba en la recepción, tenía mal aspecto como si no hubiera dormido en días. Margaret le observo con tanto interés que en un instante olvido que no se encontraba sola frente al despacho. Saludo a Freddy medio dormido el cual un segundo después estaba erguido cuan largo era. Devolvió el saludo deseándoles a las dos mujeres que cruzaban el umbral de la puerta que tuviesen una velada magnifica. Ambas mujeres se despidieron por segunda vez agitando las manos  como si fuesen marionetas y se alejaron hasta perderse de vista tras el ventanal que mostraba el exterior en amplia perspectiva.
Fuera las luces de los faros de los vehículos circulaban escasamente lo cual era atípico para un viernes por la noche. La humedad de la noche se respiraba lentamente llenando los sentidos y sacudiendo los músculos en tremulantes movimientos bajo el frío de la noche. Pronto mientras caminaban podían apreciar las vaharadas de aliento que ascendían en dirección a la bóveda del cielo.
El viento se dejaba sentir en pequeñas ráfagas que simplemente eran cortadas por los enormes edificios con calefacción que interrumpían el curso de la naturaleza. El semáforo anunciaba el cambio próximo al alto obligado. Lo cual le provoco un vago sentimiento de irrealidad.
Algunas personas cruzaban la calle, todas abrigadas con ropa adecuada, en la esquina próxima podían ver al viejo Thunder introducir papel dentro de los jirones de ropa que llevaba encima, se detuvo lo suficiente como para dedicarles una sonrisa afable, lo cual no hizo más que hacer sentir a Margaret más irreal que antes, Thunder era ciego pero al parecer eso no le impedía notar su presencia. Otro cambio en la combinación del semáforo les cedió el paso. Se dirigieron a la calle opuesta donde Bárbara solía estacionarse, para Margaret él porque era un misterio que no se atrevía a averiguar. Tras de sí luego de abordar el automóvil el débil reflejo de las luces en la ventanilla del copiloto mostraba al viejo Thunder en la esquina anterior que observaba sin hacerlo en realidad, las marcas del paso pintadas de blanco quedaron vacías y el momento fue olvidado antes de siquiera archivarlo. Miro por el retrovisor, por un segundo creyó ver de nuevo aquellas figuras danzando, parpadeo tan rápido como pudo y la visión desapareció.
Llegaron al bar. Encontraron un sitio para aparcar. El vestido escotado colorido de Bárbara se asomó por la puerta del conductor como una especie de desplazamiento seductor. Margaret se preguntaba si algún día su amiga podría vestirse de una manera mucho más decente de la que ahora presumía. ¿Habría futuro para su amiga? ¿O solo una indefinible seguida de divorcios que se detendrían cuando su cuerpo esbelto y su belleza se extinguieran como agua ante la exposición solar?, dudaba mucho que llegara a madurar pero nada era imposible en esta vida.
Un sujeto rudo con aspecto de luchador profesional con sus brazos llenos de músculos y tatuajes esperaba en la puerta, sonrió y les cedió el paso no sin antes echar un vistazo al escote de Bárbara por supuesto. Entraron al bar y se instalaron en la barra donde rápidamente fueron abordadas por un par de chicos que a juicio de Bárbara no estaban nada mal. Margaret rechazo toda invitación y solo se limitó a beber agua con hielo, preveía que Bárbara quedaría incapacitada para conducir así que se abstuvo de bebidas alcohólicas por esa noche, no quería morir tan pronto. Su ojo derecho le escocía como si dentro tuviera algún tipo de material químico que le fundiera el glóbulo blanco, alzo la mano hasta llevársela y se restregó con fuerza. La irritación cayó sobre su piel de inmediato y una lágrima se derramo a causa de la terrible irritación. La música comenzaba a ser molesta, el sonido penetraba en su cerebro haciéndolo vibrar, miro de reojo a la pista a pesar de que la luz estaba apagada y no se veía más que rayo de colores rodeando los cuerpos tibios que se balanceaban friccionándose en penumbras. Como un zumbido lento aquel murmullo de su apartamento ascendió hasta hacerse cada vez más sonoro, siguió buscando a su amiga en la pista de baile pero todo lo que pudo encontrar había sido esas figuras moviéndose de nuevo. Se aterro tanta que dejo escapar un grito ahogado.
Un hombre de mediana edad con el cabello gris en las sienes se acercó a preguntarle si todo estaba bien a lo que respondió que si sin dejar de observar la pista. La invito a un trago el cual por cierto no bebió pero sostuvo entre sus manos como una tentativa. Charlaron de algunas cosas, él era cineasta aunque Margaret nunca había escuchado hablar de alguna obra suya. La conversación tomaba aires interesantes por momentos pero la idea de sufrir un “ataque” le impedía disfrutar más allá.
La frase “se divirtieron” no venía al caso si se veía conjuntamente. Bárbara la pasó de maravilla, tanto que por tres cuartos de hora se esfumo del bar dejando a Margaret sola sentada frente a la barra con ya al menos seis vasos de agua con hielo y una inmensa necesidad de usar el lavabo, además de la irritación en el ojo, el sujeto aquel se había marchado luego de algunos minutos sin conseguir nada de Margaret, quince minutos después lo vio bailando con una hermosa rubia cerca de la zona VIP.
Eran casi las veintitrés horas cuando Bárbara apareció en medio de la multitud con un chico muy distinto al que Margaret había visto tomarla por la cintura mientras se dirigían a la pista de baile. Arqueó las cejas delgadas expresando su sorpresa pero dentro sabía muy bien que aquello era normal en su amiga. Se tambaleaba de lado a lado como un letrero que el viento mecía delicadamente. Debe ser el karma susurro ante la sombra que su amiga generaba al caer la oscuridad en la pista de baile, las luces giraban, se expandían y se convertían en miles de haces luminosos como el arcoíris mientras delante de ella, Bárbara sonreía. Su rostro era la viva y estúpida expresión de las bebidas alcohólicas. – ¿quizás whisky o vodka? – pero lo que en realidad expresaba ese rostro era algo mucho más macabro, su rostro decía que estaba drogada. El sujeto con el que se encontraba asomo una mano colocándola sobre la cintura luego recorrió la tela con delicadeza para terminar en sus pechos, bárbara coloco la cabeza atrás disfrutando de aquello luego el sujeto la beso mientras se movían al ritmo de la música – Es hora de irnos, tenemos que trabajar mañana, no te olvides de eso – al diablo con el trabajo – respondió rápidamente mientras cortaba la siguiente frase de los labios de Margaret. Sus ojos inyectados en sangre y su piel pálida le daban el aspecto de un muerto lo cual hizo pensar a Margaret si el tipo que se la había llevado no habría sido un vampiro.
 Agito la cabeza desechando la idea; la tomo de la mano y la arrastro hasta la salida. En un principio creyó que esta se resistiría pero eso no ocurrió. Obedientemente se dejó llevar hasta el estacionamiento donde un par de sombras gemían en la oscuridad. Margaret asumió que aquellas sombras se movían más de lo normal pero no podía detenerse a observar el comportamiento inmoral que se gestaba al fondo dentro de la oscuridad. Abrió la puerta del lado del pasajero luego subió a Bárbara que para ese entonces amenazaba con algunas arcadas lo que hizo reconsiderara a Margaret el esperar un poco ya que no se veía atendiendo dicha situación en el automóvil y de ser posible no deseaba enfrentarla mientras tuviera las manos al volante. Cerro de un portazo nada delicado y luego rodeo el vehículo sintiendo de nuevo la presión dentro de su vejiga. 


(Continúa en "segunda entrega"...)





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